No reconozco a nadie en estas mañanas frías.
Tampoco me reconocen a mí, en caliente.
Fotosensibles, pero sólo sufrimos blancos.
Las batas y los doctores auscultan los días.
Luces de los dolores tercos;
el glauco que llameante te sale en la boca anaranjada,
que brota tímido en tu estómago
herido de mediasnoches y besos en cercos.
Amanecer que transparenta las caras tristes,
que altivas,
se atropellaron de un sol cenital que deslumbró tus ojos.
Tanta belleza muerta
en el musgo de los jardines, en donde te vistes.
Que me supongo el escapar a la costa pura contigo,
con una brisa del viernes en coche
a por el Levante o el Poniente (me da lo mismo).
Llorar por la preferencia, tal vez cierta y dura.
Por el verano nadará tu pijama oscuro.
Detrás de las papeleras podremos vivir,
en avenidas de luz, avergonzadas
de pájaros, en los prismas del mundo maduro.
Si el Universo no nos planta al mustio mar,
por qué se van las palmeras si nos acercamos
a los pacientes del mármol verde.
Amor, en la oscuridad no podemos hablar.
No me conoce nadie en estas mañanas frías.
Sufrimos entre la luz de los anocheceres.
Por el calor tampoco me conoce nadie;
calor que va hacia el azul de las radiografías.
Nos escondemos. Huimos. Náufragos.
Viajamos con comisuras neumáticas
por la avenida de los huesos.
(Así también yo nado).
La habitación, hedionda en la orina,
se coagula con la nieve de nuestras tapias:
Caribe. Acobardado. Solar.
Los atolones. Enfermeras. Sirenas
varadas entre manantiales. Las radioterapias.
Luz, sufrir, esconderse;
Arde el cuerpo; las medicinas.
La auscultación del árbol
(amor, adiós).