(A Carmen)
Veía esos edificios tan torpes de Madrid,
sus plazas blancas,
sus bocas blancas,
sus aves blancas…
Pasaba cada noche,
paraba siempre,
echaba gasolina.
En esa plazas ibas
quedándote parada
tan vieja, joven.
Te vi entre las letras azules bajo el cielo,
pegada a las ventanas y cortinas,
en días tercos.
Y cuando mi coche no avanzaba,
y me quedaba absorto,
veía como
morías
detrás del hospital, de cáncer, de leucemia,
de sida...
Te vi cayendo cada vez más débil.
Tus ojos despuntaban compasión.
Te recordaba a mi regreso a la hora de cenar,
y todo cerrado,
y todavía estabas
allí, despierta,
con tu única piel,
asemejando un arrinconamiento
de la tortura;
la timidez que hundía más tu nuca
en contra
de la almohada,
subiendo la colcha,
y preguntando si se podría tomar un último
yogur de fresa;
como creer en un milagro extraño;
queriendo olvidar
aquella chica que tenía
lo mismo y falleció el jueves por la tarde.
Y el tiempo pasa
y ya no me detengo, ni echo gasolina,
ni paso por las plazas,
ni encuentro
el edificio aquel
que te engullía…
…y tu le sonreías
y le hablabas
diciendo
que se comprara un vestido
y que cambiara sus letras azules,
y que pusiera “Bachillerato” o
[“Instituto”…
“Peluquería”…